viernes, 20 de abril de 2012




Cuento para leerse en un minuto

Una mañana de sol calcinaba su frente tibia. Todas las abejas del mundo vinieron a dulcificar su ser. Yo la conocí llorando. Ella llevaba en su mirada el suspiro del viento palpando los bambúes. Una liebre azul esculpió su carácter en una roca ígnea con la piel de una garza. Y fue una tarde triste, como ella, cuando la danza ritual de las alondras cubrió de orquídeas sus pupilas.

Era la hora de tejer el escarpín rosado. La misma hora en que las hormigas llegaban a la corolas de las rosas y con una tijera de plata recortaban las siluetas de los escarabajos.

Había llovido bastante aquella noche. Al amanecer, los cristales de una basílica inmensa transformaron al sol en caramelo. Era imposible hablar con ella, como lo era también hacer una piñata de amaranto.

Ella conocía el lenguaje de los sauces salvajes y la dulce palabra de los niños que gustan enterrar alcayatas en la garganta esférica del lobo.

Tejer no era fácil, era más fácil encontrar corales prendidos en la frente de los caracoles. Ella meditaba : “cuando nazca atará las estrellas a la cumbre de un araguaney y regará mastranto por mi casa” ; pero no fue posible.

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