martes, 3 de mayo de 2016

Michelle OBAMA

Gracias tanto, Alfredo. De Verdad.

Sé que decir que, a menudo, pero es porque lo digo en serio. Cuando pienso en lo que la gente como usted han logrado en los últimos siete años y medio, estoy en el temor. Hemos llegado tan lejos y de hecho tanto porque han estado en la primera línea que luchan por el cambio en el que creemos, el cambio que realmente hace una diferencia en la vida de las personas.

Nuestros hijos y nietos tienen más probabilidades de crecer en un mundo en el que sus únicos límites son lo grandes que están dispuestos a soñar y lo difícil que están dispuestos a trabajar. Ellos heredarán un país con una economía en crecimiento, con más oportunidades de ir a la universidad, y sin la abrumadora carga de los costos de seguro de salud porque mamá y papá pueden cubrirlas durante algunos años más.

Y vale la pena señalar, Alfredo: Hay algunas personas que pensamos que nunca veríamos el día de hoy. Sin embargo, su tenacidad y su firme compromiso con la formación de una unión más perfecta que nos llevan a través de las partes más difíciles de este viaje. Y estoy muy orgulloso de poder decir que estaba allí trabajando con usted.

En este momento, el siguiente capítulo de esta historia es totalmente en sus manos, Alfredo. Y sé que va a seguir haciendo el trabajo duro que siempre se ha movido este país adelante.

Pero este momento es todo acerca de la celebración de usted, porque usted es la razón por la que hemos llegado hasta aquí.

Así que gracias. Desde el fondo de mi corazón, muchas gracias.

Michelle Obama

P. S. - El primer paso para continuar esta lucha mucho después de que Barack ha dejado a la Oficina Oval es mediante la elección de los líderes que quieren luchar con nosotros. Agregue su nombre si usted está listo para hacer todo lo necesario desde ahora y 8 de noviembre para asegurarse de que lo hacemos:
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domingo, 1 de mayo de 2016

LO QUE PASA EN VENEZUELA

1. La luz que se va a diario

Y comencemos por la electricidad, que es imprescindible en una zona tropical donde además vivimos cada vez más encerrados por el miedo (cosa que abordaré más abajo).
Acá hay un Comité de Afectados por los Apagones, que reportó 8.250 cortes de luz en los últimos tres meses en todo el territorio.
Cifras oficiales sobre el número de apagones no hay, pero el gobierno oficializó esta semana el racionamiento en residencias, sector público, centros comerciales y colegios de todo el país (salvo Caracas, que está protegida de los apagones).
Desde que se declaró una crisis eléctrica en 2009, miles de venezolanos se habían acostumbrado a estar pendientes de desconectar sus electrodomésticos cada vez que se va la luz para que –cuando vuelva– no se dañen las neveras, televisores o aires acondicionados.

Fuera del reproductor. Presione retorno para volver o el tabulador para continuar.Comprar una planta eléctrica a precio regulado –importada y subsidiada por el gobierno– es una alegría por la que muchos están dispuestos a pasar incontables gestiones burocráticas o unas horas de fila.Gracias a subsidios como éstos, el consumo eléctrico se disparó en los últimos años: el que solo tenía aire acondicionado en el cuarto, ahora también tiene en la sala y el comedor.El acceso a bienes como éstos fue para muchos una mejora de la calidad de vida, auspiciada por Chávez.Hoy, sin embargo, la mayoría no puede prender sus aires el tiempo que quisiera.

Tanque en los techos de Venezuela
Image captionEl tanque que todos los venezolanos quieren –y muchas veces logran– tener.

2. El agua que llega a medias, sucia y hedionda

Respecto a los cortes de agua, que también se volvieron frecuentes en todo el país, no hay un comité de afectados, pero a diferencia del problema eléctrico, el del agua sí golpea a Caracas, y mucho más en los últimos dos años.
Como parte del paisaje del barrio popular venezolano, a las antenas de televisión satelital que hay en cada casa ahora se añadió un tanque azul en casi todos los techos.
Sin tanque te toca acomodar tu rutina a los incumplidos horarios de racionamiento.Con tanque eres, de alguna manera, libre.

Venezolano llena su tanqueImage copyrightAFP
Image captionPara el venezolano se volvió necesario vivir pendiente de dónde sacará el agua.

Pero si hay problemas de cantidad, también de calidad: mi tanque lo he tenido que limpiar con desengrasante y cloro tres veces en el último mes, porque el agua llega amarillenta, apestosa.
Y soy un privilegiado, corroboré cuando fui a Valencia, porque no vivo en la región central del país, donde el agua emite un olor a hierro que impregna la piel y hace arder los ojos.
En medio de la crisis, hay comunidades por todo el país que han logrado construir un pozo del que pueden sacar agua de la profundidad de la tierra –esta tierra prolífica– sin depender del abastecimiento central.
Y, en los puntos donde por alguna razón hay un tubo del que siempre sale agua que viene de un manantial, las filas son cada vez más largas.
De ahí sacan agua personas que andan con un botellón en el carro, pero también los camiones cisterna que abastecen por grandes sumas a hoteles y edificios residenciales de clase alta, donde las minorías acomodadas sí mantienen una calidad de vida de lujo.
Pero cuando llueve no deja de haber problemas para las mayorías, porque las inundaciones y derrumbes afectan a miles de personas cada vez que cae un palo de agua.

Fuera del reproductor. Presione retorno para volver o el tabulador para continuar.3. La angustia de que el dinero no alcanceMuchos venezolanos saben lo que es bueno: a lo que sabe –y lo que es– un queso holandés; lo que es pasar –y repetir– unas vacaciones en familia en un resort con todo incluido.Pero con una inflación que este año tomó cara de hiperinflación, el venezolano ha tenido que sacrificar las idas a restaurantes, moverse en taxi o comer carne y pescado.¿Cuánta hambre hay realmente en la Venezuela de la "emergencia alimentaria"?Eso produce una angustia casi existencial, porque el venezolano perdió aquello que lo hacía especial ante el mundo: el consumo de suntuarios.
Ahora, ni lo básico está al alcance de todos: el 87% de los venezolanos dice que su ingreso es insuficiente para comprar los alimentos, según la Encuesta de Condiciones de Vida de 2015 realizada por tres prestigiosas universidades.
Y entonces pasan sus días esperando al frente de los supermercados, con una sombrilla para protegerse del sol inclemente, a ver si logran comprar los alimentos a precio regulado.

Mujer abraza sus productosImage copyrightGetty
Image captionObtener uno de estos productos se ha convertido en uno de los motivos para ser feliz en Venezuela.

Esa ansiedad de no saber qué voy a comer hoy se exacerba cuando se piensa en futuro: ahorrar o invertir son ahora conceptos llenos de incertidumbre para el venezolano, que encima acude cada vez más al endeudamiento para paliar la inflación.
La pérdida de la capacidad adquisitiva ha hecho que muchos recurran a empleos informales: conozco médicos taxistas, ingenieros meseros, maquilladores que revenden productos básicos.
No es que para el venezolano la plata sea todo, sino que cuando la plata deja de alcanzar para alimentar, educar y hacer feliz a su familia, el nerviosismo se convierte en tu estilo de vida.

4. La interacción social que se corta

Y es que no hay nada más sagrado para el venezolano que su gente querida: la interacción con la familia, los amigos o los colegas es una actividad que acá priorizan.
Por eso es que hablan tanto por celular.
Uno de los consumos que más ha crecido en Venezuela recientemente es el de comunicaciones, debido –también– a que los precios están regulados y son decenas de veces más baratos que en cualquier país de la región.
Sin embargo, por esa razón ha sido imposible mejorar el servicio, que es peor cada día que pasa, cada día que hay un nuevo usuario.

Venezolano con celularImage copyrightAFP
Image captionEs paradójico, o muy venezolano: son los mayores consumidores de telecomunicaciones, pero cuentan con el peor servicio.

Los venezolanos ahora no pueden hacer llamadas internacionales de larga distancia desde sus celulares ni usar sus teléfonos por fuera del país.
Pero además no pueden usar la función de cámara de Skype, puesto que cuentan con la conexión más lenta en América Latina, según varios estudios.
La frecuencia con que se caen las llamadas o se va el internet es difícil de medir, pero las quejas por problemas que se prologan por semanas son pan de cada día en las redes sociales.
Quejas, por cierto, con un tono tan violento que revelan un insondable sentimiento de rabia, de desazón, por la inoperancia de las comunicaciones.

5. El miedo de morir

Pero además de aislados por las comunicaciones, los venezolanos se han venido encerrando por el miedo a que se cumpla una de esas historias de descuartizamientos, secuestros o masacres que se oyen por ahí.
Las noches en las zonas de clases media y alta por todo el país se convirtieron en un desierto donde solo suenan animales tropicales.

Noche en CaracasImage copyrightBBC World Service
Image captionSalir de noche en Caracas, la ciudad más violenta del mundo, es un riego que muchos no se atreven a tomar.

Que Venezuela sea uno de los países con más homicidios del mundo agrava la percepción de inseguridad para cualquiera que no se haya vuelto resistente al miedo.
Aunque venezolanos que perdieron la sensibilidad ante la muerte los hay, como quienes realizan y celebran los linchamientos a delincuentes.
Pero a las muertes por crímenes se suman las víctimas de enfermedades, que convierten una gripe en una neumonía por la falta de medicinas.
La escasez de medicamentos e insumos hospitalarios parece haberse desbordado en el último año: según el ministerio de Salud, en 2015 aumentó 31% la mortalidad general en hospitales.
Venezuela fue pionera mundial en la microscopia electrónica, en la investigación de la diabetes, en la erradicación de la malaria, en el estudio genético.
Nadie se imaginó que en ese país una enfermedad menor fuera a generar la angustia de un cáncer.

Filas en VenezuelaImage copyrightAFP
Image captionEn Venezuela hoy hay que hacer largas filas para supermercados, transporte, trámites y cajeros automáticos, entre otras.

domingo, 17 de abril de 2016

PANAMA


POR MOISES NAIM
17 de Abril del 2016
Se le aguó la fiesta a Panamá. En vez de estar celebrando la ampliación de su icónico canal, el pequeño país centroamericano ha consolidado su imagen como el lugar que utilizan los poderosos del mundo para esconder dinero. Alguien entregó a los medios de comunicación la información secreta de miles de empresas basadas en Panamá que servían para mantener el anonimato de sus propietarios. Su publicación seguramente tendrá un impacto igual o mayor al que tuvieron los Wikileaks o las filtraciones de Edward Snowden.
Pero hay otra interesante historia panameña que nada tiene que ver con lo que se ha dado en llamar Panamá Papers. Tiene que ver, en cambio, con comercio internacional, dictaduras, Internet, calentamiento global y... China.
Comienza con la decisión de Panamá, en 2006, de duplicar la capacidad del canal que le ahorra 12.700 kilómetros de navegación a los barcos que transitan entre Asia y Europa. En vista del aumento del comercio mundial, que ha triplicado su volumen desde los años cincuenta, las autoridades panameñas pensaron que era una buena idea ampliar el canal para que más barcos y más mercancía pasaran por él y aumentar así los ingresos del país. Esta suposición parecía muy segura cuando el comercio internacional crecía cada año al doble de la tasa a la que se expandía la economía mundial. Pero ahora se ha desacelerado: 2015 fue el quinto año seguido en que el crecimiento del comercio internacional cayó por debajo de su promedio histórico, una tendencia que no se había visto desde la década de los setenta y que continuará este año. En 2007, los flujos internacionales de fondos, bienes y servicios llegaron a ser el 53% de la economía global. En el 2014 cayeron al 39%.
¿Es esta desaceleración de las exportaciones e importaciones entre países simplemente una mala racha transitoria? En parte sí. Pero, según el Fondo Monetario Internacional, el menor dinamismo del comercio entre países también se debe a causas más estructurales y permanentes. Si bien hay varias razones para este declive, dos muy importantes son China e Internet.
El gigante asiático —además de crecer menos— está intentando pasar de una economía basada en las exportaciones y la manufactura a una donde el consumo interno y los servicios tengan más peso. Adicionalmente, las fábricas chinas están ahora produciendo más productos intermedios que antes importaban. Ambas cosas reducen el comercio internacional de China. Pero hay más. Mientras el comercio de productos se desacelera, el flujo internacional de información digital está en pleno auge: se ha duplicado tan solo entre 2013 y 2015. La consultora McKinsey estima que, en 2016, los individuos y las organizaciones mandarán 20 veces más datos a otro país que en 2008. Una de las innovaciones que tiene enormes consecuencias sobre el comercio mundial es la tecnología de impresión en tres dimensiones. Hoy se pueden mandar por correo electrónico instrucciones para que una impresora en cualquier parte del mundo manufacture, por ejemplo, una pieza de avión. General Electric calcula que, para el año 2020, enviará 100.000 partes alrededor del mundo a través de Internet y no de barcos.
El canal de Panamá no solo enfrenta una menor demanda potencial de sus servicios, sino también más competencia
Pero el canal de Panamá no solo enfrenta una menor demanda potencial de sus servicios, sino también más competencia. Wang Jing, un empresario chino, anunció en 2013 que construiría un canal alternativo a través de Nicaragua. Esta obra requeriría el mayor movimiento de tierra de la historia del planeta e implica enormes riesgos para el medio ambiente. Su financiamiento era y sigue siendo misterioso y su viabilidad, dudosa. Pero la limitada democracia que hay en Nicaragua permite al presidente Daniel Ortega ir adelante y dar su entusiasta apoyo a Wang, un empresario tan opaco como el proyecto que promueve.
Obviamente, de construirse, el canal nicaragüense le quitaría mercado y rentabilidad al panameño. Pero pocos creen que llegue a ser una realidad.
Lo que sí es una nueva e indetenible realidad es el calentamiento global que está derritiendo el Ártico y permitiendo que los barcos de carga naveguen a través de lo que solía ser una barrera de hielo infranqueable. El uso de esta ruta del norte es aún poco frecuente, pero de seguir la actual tasa de deshielo, en el futuro un barco de carga podrá ahorrarse por esta vía dos semanas de navegación para ir de Shanghái a Hamburgo. O el costo de pagarle a Panamá por usar su canal.
Es así como el pequeño istmo centroamericano se ha vuelto un interesante laboratorio donde se pueden observar los efectos de las grandes tendencias globales que moldean el mundo de hoy —de la corrupción en China al cambio climático o Internet—.
Y allí también se confirma, una vez más, el mensaje central de Pedro Navaja, el protagonista de la canción del salsero panameño Ruben Blades: “La vida te da sorpresas”.

lunes, 4 de abril de 2016

UN PAIS DESMORONADO





Ante el desmoronamiento 

Por Boris Muñoz | 28 de marzo


¿Tiene el fin un principio? Aunque lo parezca, esta pregunta no es una invitación a filosofar ni busca llevar a un lector a una fàbula al terreno movedizo de la especulación. Es la expresión de una duda, la piedra angular de una incertidumbre. 

Y la duda nace de una constatación que permite entrar en materia: al cumplirse tres años de la muerte de Hugo Chávez, auto-elegido tótem de la revolución bolivariana, el proyecto chavista se ha convertido en el tobogán de un imparable descenso social, un canal rápido, sin arbitraje, hacia la anomia destructiva y el caos, la caída en un abismo caracterizado por episodios de la más estricta enciclopedia del horror y crueldad.

¿Es acaso una ironía cruel del destino que en el tercer aniversario de la muerte de Chàvez el país se vea sacudido por linchamientos en serie, presos políticos, masacres, sangrientos enfrentamientos entre bandas criminales, devaluaciones monetarias, represión y nuevas sentencias arbitrarias contra la libertad de prensa? Tal vez no es una ironía sino lo opuesto: la consecuencia lógica de una ingobernabilidad terminal, producto de 17 años de políticas contraproducentes de vanidoso caudillismos populistas, que han sumergido en el país a niveles indescriptibles de corrupción, desafuero e impunidad y arrastrado a su economía (con ella el de las mayorías) a la bancarrota. 

Venezuela se ha convertido en un circo macabro –el adjetivo es descriptivo, no celebratorio– cuyo aterrado público, alguna vez sujeto del afecto efímero del caudillo, reacciona ahora con el rencor desatado, la rabia pura, sin sarcasmo ni humor. Lo dijo con quieta sabiduría Anton Chéjov en uno de sus cuentos: la desgracia vuelve enemigos a los seres humanos incluso cuando deberían estar ligados por un dolor análogo y los lleva a cometer muchas más atrocidades e injusticias que entre gentes satisfechas. 

De ahí la justificación, sino filosófica al menos histórica, de la pregunta: ¿tiene el fin un principio?Antes de saltar a una conclusión,con una crisis humanitaria en desarrollo, cuesta trabajo pensar en Venezuela sin ser fatalistas. 

Ver lo que pasa pone a cualquiera, literalmente, enfermo. Aunque sea un espectáculo denigrante para quien mira y es mirado, es importante ver el momento apocalíptico con los ojos bien abiertos. Por ejemplo, los linchamientos que han empezado a ocurrir en las ciudades asediadas por el crimen son la expresión de una sociedad que ya no confía su seguridad a la policía ni la administración de la justicia ni a los tribunales.Las sangrientas viñetas se repiten con rutinaria frecuencia. En una estación del metro una multitud furiosa captura a un ladrón que acaba de robar. Lo golpea hasta dejarlo medio muerto. Cuando un policía lo rescata, la turba pide sangre y muerte. El impotente agente sólo se atreve a decirles: “¡Y por qué no lo mataron antes de que llegara la policía!”. 

En los Frailes de Catia, en el oeste de la ciudad, los vecinos linchan y prenden fuego a un hombre joven que atracaba una camioneta de pasajeros. El hombre, con la cabeza y parte del torso en llamas, brinca en el asfalto, gime como un animal agonizante, se sienta y trata de sacudirse el fuego de la ropa, pero ya no puede hacer nada. A su lado pasan motos, carros, peatones. Todos indiferentes. El hombre convulsiona, pierde un zapato. Nadie lo socorre. Cuando finalmente se desploma, una voz en off, quizás quien ha grabado el espeluznante video, sentencia: “Para que siga robando, pues”. Y el público, al otro lado de la imagen, escucha con la resignación de quien oye un razonamiento sin piedades hipócritas.

En la entrada de las urbanizaciones de Caracas se leen advertencias como estan los:VECINOS ORGANIZADOS,Ratero si te agarramos no vas a ir a la comisaría ¡¡Te Vamos a Linchar!

!O los vestigios de la masacre de más al menos 17 de mineros en Tumeremo, en el Estado Bolívar, a unos 700 kilómetros al sur de Caracas, en la que se presume, aún sin probarse, la sociedad de funcionarios de policía, agentes de inteligencia y criminales comunes. 

El diputado Americo De Grazia, quien destapó la masacre, denunció posteriormente que había sido amenazado de muerte. Los medios oficiales que hoy dominan la información en Venezuela en el mejor de los casos son perezosos en reaccionar. A las primeras de cambio, Últimas Noticias y El Universal, dos de los principales diarios de circulación nacional, hoy controlados por el gobierno, sólo dedicaron un espacio marginal al caso, sin mencionar ni de pasada que el gobernador de Bolívar, estado donde ocurrió la matanza, negó de manera tajante los hechos refiriéndose a una “masacre virtual”.

Estas viñetas parecieran obvias a la luz de una realidad donde lo extraordinario y lo vil se asimilan y normalizan, unas veces por la desidia que causa la impotencia individual y otras veces por la palabra autoritaria de los poderosos.Hace 25 ó 20 años el país era diferente. 

Un linchamiento llamaba la atención y ocupaba las páginas de los principales diarios y la nota roja de los noticieros de televisión. La violencia callejera que apenas comenzaba encendía el escándalo en los medios. De hecho, en 1992, la telenovela “Por estas calles” editorializaba en primer time la así llamada “descomposición del país”. Uno de sus protagonistas del melodrama, el soñador juez Álvaro Infante, rompía la cuarta pared que separa la ficción de la realidad, para hablar directamente a la cámara –como el Frank Underwood de House of Cards–, llamando a la población a “darle la vuelta a esta realidad”, como si fuera una tortilla. 

Hoy pocos se sorprenden por un linchamiento. Los linchamientos son sólo uno de los daños colaterales de la epidemia de violencia que hace de Venezuela uno de los países con más homicidios per capita en el mundo. Para dar una idea de lo que esto significa. En 2015 se cometieron en Venezuela más de 27 mil asesinatos, alcanzando la tasa récord de 90 homicidios por cada 100 mil habitantes que mantenía Honduras. Si se multiplica el número de muertes por el número de las familias de cada uno de los asesinados, se tendrá una ventana hacia una de las más grandes tragedias latinoamericanas del presente siglo.

En este contexto de extrema violencia, no extraña que los relativamente escasos linchamientos sean aceptados o incluso celebrados. En cuanto a “Por estas calles”, los videos con el llamado del juez Infante circulan hoy profusamente por las redes sociales: “Por estas calles” se ha convertido en un recuerdo del porvenir. Pero antes de que sus creadores se dieran cuenta, la telenovela era ya el souvenir de una realidad monstruosa. Sin siquiera reparar que ellos mismos eran vectores de los males que denunciaban, los dueños de los grandes medios –en aquel entonces los dueños del circo– explotaban económicamente el desmoronamiento del sistema político empeorando notoriamente la situación. No se detuvieron ahí. 

Al mismo tiempo, empujaron la salida del presidente Carlos Andrés Pérez y luego promovieron la llegada al poder de un caudillo militar llamado Hugo Chávez.La muerte de Chávez ha mostrado de manera sustancial una realidad que el control casi total del aparato institucional y la hegemonía mediática ya no pueden ocultar. En ausencia del líder carismático, el maquillaje ideológico ha perdido su efecto dejando al desnudo la profunda escasez moral, institucional y económica que sufren los venezolanos.Uso el término escasez en el sentido que lo hace la economía conductual, es decir, como las variadas insuficiencias que limitan la inteligencia y la conducta de la gente. 

No hay duda de que en estos años la escasez nos ha cobrado a los venezolanos un alto impuesto al ancho de banda (bandwidth tax), a la inteligencia necesaria para reaccionar individualmente y como sociedad ante el desmoronamiento. Pero es necesario reconocer que quienes parecen indiferentes ante la tragedia no son sólo testigos insensibles sino también víctimas preocupadas y, por regla general, impotentes. 

La sobrevivencia lleva al egoísmo personal, familiar y de clase. Cualquier esfuerzo de pensar más allá de esas líneas es saboteado por una realidad descomunal y amenazante: desabastecimiento, inflación, inseguridad, ingobernabilidad, virtual imposibilidad de avanzar en la escalera social y mantener una vida decente. La escasez sistemática reduce la capacidad de planear y visualizar a largo plazo nuestra vida en sociedad. Así nos distrae del bien común arruinando cualquier dedicación socialmente constructiva.

Los enormes déficits que hoy padece la sociedad venezolana en aspectos tan variados como la justicia, la alimentación y la salud se yuxtaponen unos con otros hasta generar efectos significativos en un amplio rango de conductas como la solidaridad, la paciencia y la compasión, comúnmente comprendidas en la noción de humanidad. 

El policía coincide con quienes piden sangre y muerte. El testigo de un linchamiento se conforma con extraer la mínima moral de la atrocidad de la que es cómplice. Los vecinos, convertidos en vigilantes, advierten que como la ley y el orden ya no contienen nada ni son capaces de garantizar ningún derecho, toman la justicia en sus manos. Es evidente que los déficit de lo que venimos hablando llevan a la incuria, que es la expresión primaria de la deshumanización. Pero quienes son perpetradores o cómplices de la violencia que se ha desatado en Venezuela no son sólo individuos indolentes o deshumanizados, sino también gente que lleva mucho tiempo pagando diariamente el precio del desmadre. Son, en definitiva, víctimas de un contexto que los obliga a sacrificar todo aquello que nos puede llevar a la realización individual y social plena y la perfección humana.

Sólo sobrevivirán los decididos a no dejarse cegar.Para responder la primera pregunta sobre si el fin tiene un principio, hay que decir que sí. La muerte de Chávez fue el principio del fin del chavismo como sistema de poder, aunque éste se haya prolongado más allá de él y ahora trate de sujetar el poder con más maniobras ilegales y violentas. 

Pero, ¿tiene sentido preguntarse por el legado de Chávez en un momento en que se está dando la caída del sistema que él creó y del que fue centro absoluto? Parece otra pregunta retórica sin serlo.Venezuela está de nuevo a las puertas de un gran cambio en el que la sociedad se juega su sobrevivencia como nación. A medida que se expande la miseria se hace evidente que la herencia de Chávez combina el populismo y el culto a la personalidad y el poder vertical del hombre fuerte, es decir, el caudillismo. 

Estas dos tradiciones son bien conocidas y sobra analizarlas aquí. Pero hay un rasgo peculiar del chavismo: su naturaleza identificada con el autoritarismo, el pillaje y el abuso de poder, cuya personificación es el malandro.

En la mitología popular tradicional y según el diccionario, el malandro es el pobre de barrio que destaca por su inteligencia, su rapidez verbal y su capacidad para arreglarse la vida dentro de un mundo adverso. El malandro es en definitiva un pícaro. Pero el término también lleva encima la acepción de malevo y delincuente. 

Puede tener algo de Robin Hood, pero también mucho de Juanito Alimaña. De allí que, como dijo el propio Chávez, hayan malandros y “buen-ladròn”. Juanito Alimaña, el pícaro malevo de la canción de Héctor Lavoe, puede delinquir a su antojo. “Si lo meten preso / sale al otro día / porque un primo suyo tá en la policía… 

Jaunito Alimaña, si tiene maña/ es malicia viva/ y siempre se alinea con el que está arriba / y aunque a medio mundo le robó su plata / todos lo comentan / nadie lo delata…”.

En todo caso, los significados pueden variar según las conductas que lo caracterizan en un contexto determinado. Y a tal punto se ha identificado en Venezuela al malandro con el mito popular de un Juanito Alimaña, que mencionar su nombre es evocar un conjunto de prácticas que también han caracterizado al chavismo en sus casi dos décadas en el poder, hasta llegar a definir un talante, una praxis política, una visión del poder y de la vida.

No es, por supuesto, una mera coincidencia que Venezuela sea la cuna de la Corte Malandra, cuyo personaje fundamental es el Malandro Ismael. A Ismael se le montan altares y se le ofrecen rituales en el Cementerio General del Sur, donde los malandros y sicarios le rezan las balas de las armas con que cometerán sus fechorías. Su feligresía ha estado en franco apogeo en las últimas dos décadas. 

En la teología urbana actual, Ismael goza de un culto marginal pero muy amplio, equivalente al que reciben santones populares como José Gregorio Hernández. Y a veces parece incluso alcanzar las cúspides reservadas a un número muy reducido de los apóstoles católicos. Pero su rasgo primordial es ser una figura que parece cortada a la medida de una sociedad que celebra y aplaude al trasgresor de la ley como a un héroe épico. 

De hecho, uno de los productos emblemáticos de la era chavista es su propia especie de malandro: el malandro empoderado –aquel que es protegido de facto por la impunidad, es protegido discursivamente por el poder.El malandro intenta siempre estar por encima del imperio de la ley. El malandro fomenta el feroz desorden porque le permite imponer su propio orden. El malandro gobierna el desorden no a través de leyes iguales para todos, sino usando el chantaje, la intimidación y la complicidad para estar por encima de la ley y de todos. 

Todas estas prácticas son fórmulas de uso de la fuerza. Esto lo prueba el auge de los pranes en la última década.Los pranes exigen la obediencia ciega de sus subalternos e incluso imponen el altruismo a través de la violencia. Tampoco es casual que el presidente Chávez haya gobernado la mayor parte de sus 14 años en el poder intimidando a sus críticos y adversarios y por medio de decretos que lo colocaban por encima de cualquier ley, institución y escrutinio. Y por lo mismo nada tiene de extraño que en 17 años de revolución el Tribunal Supremo de Justicia no haya dictado ni una sola sentencia contra el gobierno. 

La herencia de Chávez es una sociedad con un alto grado de desorden y bajo el dominio del malandraje: un sistema malandro que hoy atraviesa vertical y horizontalmente al Estado e irradia toda la sociedad (el “pranato” fase superior del malandraje, diría un marxista).

Si se toma en cuenta la voluntad de las mayorías expresada en la alta y sostenida participación electoral, los venezolanos todavía creen que el futuro de Venezuela debería ser democrático. Sin embargo, para llegar a serlo, tendrá que ser una democracia obligada a forzar a grandes sectores de la sociedad a aceptar pactos y compromisos que limitan el amplio poder del que hoy gozan. Sólo así se podrá desarticular el sistema malandro consolidado por Chávez, una herencia que, como casi todas las herencias, no es exclusivamente suya y de sus acólitos, sino también de sus adversarios.

Contra la combinaciòn ¿Qué tan relevante es esta conclusión para el futuro inmediato (y de largo plazo) de los venezolanos? 

Es evidente que no hay forma de llevar adelante a una sociedad sin aprender al menos en parte las lecciones que ofrece su historia. Una de esas lecciones de la historia reciente en Venezuela es que el sistema malandro, Estado malandro –o pranato organizado si se prefiere– es estructural y hunde sus raíces en la debilidad institucional del país. 


Con la excepción de un probable Referendum Revocatorio, las salidas negociadas que se buscan actualmente sólo pueden ser efectivas y tener sentido a muy corto plazo para concretar una transición que lleve a un reemplazo del gobierno chavista, despejando la incógnita del “misterioso factor militar” (Colette Capriles). 

Pero cualquier solución verdadera de la cuestión venezolana pasa por aceptar que hemos llegado a donde estamos porque todos toleramos que los arreglos que hacen que la sociedad funcione pasen, en mayor o menor medida, por lo ilegal.No hay mayor excepción en esto. 

La Polonia de la cortina de hierro era –por diseño– una sociedad de cómplices. Cada quien delinquía porque todos debían transgredir la ley para sobrevivir. Si todos participaban, no hay necesidad de torturarse con remordimientos personales. En Polonia se le llamaba a este estado de cosas la kombinacja –la combinación– refiriéndose a las redes de corrupción que se explayaban como un rizoma por toda la sociedad. 

Visto de otra forma, el Estado comunista hacía cómplices a todos sus gobernados porque así los dominaba. Y, en general, los regímenes totalitarios, como Cuba, operan de esa forma. 

Algo análogo ha sucedido en Venezuela donde la renta petrolera ha sido como una gran vendimia en la que todos participan. Se actúa según lo imponen las circunstancias. Y las circunstancias dictan vivir a través del soborno, el chanchullo, la propina y el bachaqueo. 

La omnipresente corrupción es atribuible al orden de las cosas o el feroz desorden. En consecuencia, si el sistema es corrupto todos pueden aspirar a la absolución de la responsabilidad individual, especialmente quienes toman las decisiones: desde burócratas reposeros, comerciantes, banqueros y políticos hasta los delincuentes y criminales que opera la cleptocracia, todos pueden aspirar a la bendición del olvido. 

La amnistía total es el gran sueño de cualquier sociedad de cómplices.El origen de la crisis que atraviesa Venezuela es económico, social y político. Pero para los venezolanos el problema es también moral. Para que confíen de nuevo en que el país es un lugar vivible, los ciudadanos deben asegurarse que en el futuro el poder, la riqueza, las decisiones no sean acaparadas en las manos de pequeños grupos de privilegiados rentistas, llámense chavistas, boliburgueses, pranes, banqueros o élites. Pero esta es una meta de largo plazo que implica hacer primero viable el concepto de ciudadano y ciudadanía.

Esta proposición está abierta a debate. Los economistas y políticos pueden argumentar que plantear el problema de la ciudadanía como primordial no da cuenta del verdadero y monumental desafío de las próximas décadas: la reinstitucionalización de Venezuela, pues éste es el prerrequisito para construir la ciudadanía. Tienen razón. Y es ése el problema que lleva la cuestión moral al terreno político. 

Pese a que algunos programas sociales puedan ser evaluados favorablemente, son contados los avances sociales que el gobierno puede demostrar después de 17 años. 

En general el chavismo ha sido un modelo destructivo, como afirmó Noam Chomsky mediante un análisis esencialmente económico. Pero todo vuelve a lo político, porque nada se puede lograr sin un acuerdo político amplio. Los líderes y activistas deben ver con claridad que la reconstrucción institucional es la mayor tarea pendiente.

Cuando Chávez subió al poder en 1998 y sentenció la muerte de la democracia representativa lo hizo clamando “inventamos o erramos”. Quiso inventar y erró estruendosamente agotando el margen de error. 

Si volvemos al concepto de escasez, que es en este sentido el monto de nuestras variadas carencias, entenderemos que o las instituciones se reconstruyen o Venezuela sencillamente se convierte en un estado paria.Las instituciones surgidas de un obligatoriamente nuevo contrato social deben encargarse de establecer un nuevo orden emanado del imperio de la ley, pero sin vulnerar el estado de derecho. Tomará muchos años eliminar los vicios de la sociedad venezolana, pero es cualquier caso preferible que un nuevo orden de convivencia sea implementado a través de las instituciones emanadas de ese contrato social a que siga reinando la violencia desatada.

Es por eso que el estado de cosas mencionado –el bolivarianismo malandro que es nuestra vernácula kombinacja– es el gran enemigo de cualquier intento de imprimir un rumbo distinto para Venezuela. El liderazgo debe actuar desde ya para romper el círculo vicioso de la corrupción. Este mar de fondo –un verdadero embrollo– debe ser reconocido por la oposición y los sectores democráticos del chavismo –donde los haya– para poder trazar un mapa de ruta creíble no sólo hacia el cambio de régimen sino hacia un transformación económica, política, social, institucional y moral del país. 

Esa transformación debe combinar todos los aspectos anteriores pero, a la vez, ser mayor que la suma de sus partes. Debe convertirse una memoria cultural. Algo que se dice fácil pero es muy difícil de hacer.Para empezar, la infamia –las causas y consecuencias del desmoronamiento– necesita ser recordada de manera constante –y no sólo en un museo– porque la memoria es traidora y los pueblos son débiles ante lo que el historiador Timothy Garton Ash llama la “racionalización retrospectiva”. 

De manera semiconsciente, o a veces total y deliberadamente consciente, la memoria individual y colectiva reprime unos episodios y ensalza otros. La memoria, dice Garton Ash, “reorganiza el pasado en dibujos que cambian sin cesar”.Las advertencias de la racionalización retrospectiva están a la orden del día. Un ejemplo espléndido es Rusia. Ahí, donde las purgas y los gulag sumaron millones de muertos, hoy brotan como hongos los bustos y las imágenes de su mayor perpetrador: el padrecito José Stalin. 

Pendones con sus cara adornan estaciones de policía y escuelas. Se publican libros alabanciosos llamados Cómo Stalin derrotó la corrupción. Alec Luhn, autor de una nota sobre el regreso de Stalín en el New York Times (13-03-2016), explica que los rusos del la actualidad piensan que “la hiperinflación y el colapso económico de los 90 fueron mucho peor que la escasez de la era soviética”. 

La nostalgia es diseñada, programada y financiada por el Kremlin para que los rusos añoren el estatus de potencia mundial que alguna vez tuvieron, pero nadie se acuerde de los millones de víctimas de ese periodo. Resultado: Stalin es hoy el magno símbolo de la grandeza rusa en el siglo XX.

En los próximos años y décadas, Venezuela enfrentará con mucha fuerza la cuestión de su pasado. No es ni de lejos el único país que deba llegar a términos con una historia difícil y cargada de hechos aborrecibles. Basta mirarse en el espejo de nuestro vecino, Colombia. Sin embargo, sin un reconocimiento de los mecanismos mediante los cuales ha operado el sistema malandro, así como de los personajes e hitos que lo han representado, la sociedad seguirá atrapada en la mezcolanza de añoranzas autoritarias, culto a la personalidad y aspiraciones civiles y democráticas inconclusas que han caracterizado a nuestro laberinto histórico.

Cambridge, Massachusetts, el  6-15 de marzo del 2016